domingo

Déjame que te hable, con tu silencio

A.
El comienzo de un fin esperado, de las vocales, del abecedario.
Me pregunto si cuando crearon el lenguaje pensaron en su
grado de finito. ¡Y es que empezar con una A es tan venidero!
Te observo de lejos, como muchas veces veo el tiempo, el viento
y sus palabras pasar sin acariciarme.
Te siento cerca, con olor a tabaco. Enorme razón para detectarte
y para no memorizarte.
Me recuerdas al poema quince:
"... y me oyes desde lejos
y mi voz no te toca..."
Pero mi voz se aquieta cuando te escucha, y mi mirada busca una
salida en cuanto te divisa. Me atemorizas.
Tus palabras tienen ese don bimodal. Pueden salir cálidas y
esperanzadoras, a la vez de tristes y amortajadas.
Junto con el ruido de la calle, de las risas, y de la incomodidad
nace esa danza violenta que disfruto cuando estoy cerca de ti.
Ese sentimiento de correr lejos, de quedarme inmóvil, de
esperar que tu mirada se pose como lo hace el suave humo sobre tus
labios... Tengo ganas de querer tener ganas de hablarte, pero
siento como si las palabras sobracen. Como si cada esfuerzo
por tocarte fuera uno de los miles de esfuerzos que se pierden
al anochecer. No quiero frustración, quiero un silencio.
Quiero invitarte a sentarnos de frente, quiero que la boca
quede obsoleta y que de paso a la mirada.
¿Acaso sabrás que tono tienen esos ojos? Escuchar tu respirar,
tus latidos. ¿Aceptaras esa invitación? No te invito a la poesía,
te invito a callar, como tu letra A me invita a soñar.

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